Hay gente que no tiene tiempo. No tiene tiempo para esperar el resurgimiento espectacular de la economía diaria, esa que da trabajo y permite el consumo. No tiene tiempo para ver cómo el dólar sigue controlado, porque mientras controlaron el dólar se les triplicó o cuadruplicó la factura de luz, de gas, de agua. No tiene tiempo para advertir cómo mejoran los indicadores macroeconómicos mientras les jóvenes tienen que elegir entre la escuela y la changa para parar la olla en la casa. No tiene tiempo para ver cada día como baja el riesgo país si les sube el riesgo de no poder pagar los medicamentos porque se recortan los programas sanitarios y se resiente la salud pública.
Mientras esta gente no tiene tiempo porque en ese tiempo que les están pidiendo se juega su vida, algunos piensan (y dicen) como Rattazzi que “en la calle ya hay gente que empieza a decir ´comeré menos carne´”[1], como si no hubieran ya recortado toda su economía para poder comer algo, ni hablemos de carne. Entonces nos damos cuenta de manera palpable que hay dos mundos, uno para ellos, que tienen tiempo, otro para los sectores populares, a los que el tiempo apura.
Hay un termómetro en los barrios que no miente nunca: las niñeces. Estos señores nada habituados a recorrer territorios devastados por la pobreza no conocen los rostros de estas niñeces siempre al borde del abismo. Las familias transmiten su desamparo a niños, niñas, jóvenes y esto se refleja en el deterioro de sus trayectorias escolares, en su poca paciencia para los juegos, en las caras enojadas y faltas de sonrisas. Los espacios comunitarios no bastan para contener el hambre y la desesperanza, mientras el Estado ausente, limado por un “topo” que lo odia (y nos odia) se resiste a entregar alimentos almacenados y cercena de a uno y por decreto los derechos que nos asisten como ciudadanos de Argentina.
En
este tiempo que no tenemos, perdemos el tiempo de ser felices, corridos de
cerca por las necesidades (que sí advierten sobre derechos vulnerados), por los
temores, por la falta de trabajo, por la falta de certidumbre. En este tiempo
que no tenemos, estamos dejando perder niñeces que se levantan cada día en la
(in)seguridad de hogares que hacen lo que pueden para seguir en pie en el
vendaval. Esas niñeces que perdemos tarde o temprano vendrán a reclamar lo
suyo, su tiempo de juegos, su tiempo de crecimiento, su tiempo de certidumbre,
y si esto sigue así, no tendremos cómo devolvérselo.
[1] https://www.lavoz.com.ar/politica/la-explicacion-de-rattazzi-para-justificar-la-caida-en-el-consumo-de-carne/