En lo que va de este 2018 pronto a finalizar, Argentina vivió un sinfín de problemas económicos y sociales derivados de las políticas del actual Gobierno del PRO-UCR. El conflicto educativo es un exponente de esa crisis, con la toma de universidades y un paro docente que se extendió por casi tres meses. La siguiente es una crónica construida desde la experiencia de un joven que participó en la toma del Pabellón Argentina en la Ciudad Universitaria de Córdoba, con relatos que comienzan a días de la ocupación del edificio hasta diálogos que llegan a un presente con varias de las personas que tomaron el Pabellón imputadas por la Justicia Federal.
Por Valeria Carranza
Jueves 28 de septiembre. Voy camino hacia el Pabellón Argentina en la Ciudad Universitaria de Córdoba. Hay rumores de que se levanta la toma en las próximas horas. En las últimas semanas pasé varias veces por allí para cubrir las noticias. Casi siempre en el marco de las asambleas donde había muchxs estudiantes, ruidos, periodistas, camarógrafos. Esta vez hay menos gente. Sólo un par de jóvenes afuera del edificio y varixs medios de comunicación. Mientras tanto, el Pabellón luce distinto a lo habitual, con un nuevo paisaje. Hay una presencia continua de periodistas y asambleas que se realizan a diario y en sus paredes carteles que denuncian la situación que afronta hoy la educación.
De repente, un chico de unos veintipico de años comienza a hablar con los periodistas. Contesta todas las preguntas con una seguridad y soltura que me asombran. Pienso que ante cinco cámaras de televisión jamás podría expresarme con su solidez y claridad. Habla pausado, tranquilo, y no vacila ante los periodistas que repiten “hasta cuándo” continuarán con la toma. En su discurso puedo oír detrás de las frases hechas, lo que tal vez está pensando internamente: “Hasta que las cosas cambien”.
La alianza del fuego
Julián está estudiando Ciencias de la Educación en la UNC, trabaja todas las mañanas haciendo de administrativo en una residencia universitaria y en un medio alternativo (Osmosis). Como si todo eso fuera poco, me dice: “Ah, y estoy activando una casa cultural en Alberdi, que se llama ‘Casa Volada’”. Las veces que hablamos -una personalmente y varias por teléfono- se le nota cierto cansancio en la voz. Es una obviedad, teniendo en cuenta que durante los días de la toma casi siempre dormía en el pabellón, luego trabajaba y cursaba. Sin embargo, nunca se priva de hacer un análisis extenso y preciso sobre cada temática que abordamos.
Una de mis primeras preguntas, luego de aquella primera escena en que lo vi dialogando con distintxs periodistas, fue cómo llegó hasta la toma. Él no entendía a qué me refería, si a una cuestión física (si fue caminando, en bici, etcétera) o a su biografía (cómo su historia de vida lo condujo a ese lugar). Efectivamente, yo quería saber qué estaba haciendo en el instante en que tomaron el pabellón. No podría atribuir ese interrogante a un interés periodístico. Más bien, se trataba de un modo de acceder a una ventana más íntima, la que suele esconderse detrás de las frases y discursos públicos. Quería encontrar la particularidad de su experiencia, el modo en que vivió los días de la toma. Atravesar las palabras que se ordenaban unas a otras de manera “racional”, siempre siguiendo una lógica, un orden. Sólo podía adivinar cansancio, pero ninguna emoción se colaba con facilidad cuando hablábamos.
Le pedía entonces que me relatara imágenes, anécdotas, recuerdos… Y allí, en el medio de su esfuerzo por dar con con la palabras justa, como quien apunta con una flecha hacia un punto lejano y preciso, Julián dijo “esperanza” (sin pruritos sobre las connotaciones que a veces se tejen a partir de una visión “naif” y edulcorada de esta palabra). Hace unos días, le pregunté si aun con la situación de varixs jóvenes imputados por la toma seguía sintiendo esperanza. “Por supuesto, la esperanza es lo último que se pierde”, me contestó. Para luego mostrarme el lado “positivo” de esta realidad: que muchas personas se movilizaron para acompañar a lxs jóvenes imputadxs en reclamo de esta situación, y que además están organizando la Marcha de la Gorra, que el cuerpo está cansado pero hay cosas por hacer.
La “comunidad” universitaria
En aquellos días de la toma, lxs estudiantes debieron organizar un cronograma con horarios y actividades diversas, desde dormir en el Pabellón hasta la gestión de distintas comisiones. Para Julián, era la primera vez en mucho tiempo que se habían incorporado lógicas colaborativas y comunitarias a un espacio donde históricamente reinaron la competencia y la rivalidad por los centros de estudiantes y otras tantas cuestiones.
“Se intentaba que haya una participación amplia, sin tanta burocracia, que las herramientas que traemos cada une, ya sea por su historia personal, su estudio particular, o lo que sea, puedan ser volcadas para un objetivo común. Eso para mí fue realmente muy lindo”.
Le pedí si podía dar ejemplos de cómo fue ese “trabajo colaborativo”. Luego de unos segundos de silencio, me explicó que se trata de “ver” que la acción de unx influye en el conjunto, ya sea a partir de una crítica, de diseñar un flyer, de sacar una foto, de organizar una charla, un taller, un encuentro o lo que sea.
-¿En algún momento sentiste miedo?
–No. No he tenido miedo. Sí hubo compañeras que fueron perseguidas hasta el laburo o su casa. Pero lo que yo más siento no es miedo, es incertidumbre. Incertidumbre de qué va a pasar, incertidumbre de si vamos a lograr el objetivo de poder interpelar a compañeros y compañeras para seguir participando después del levantamiento de la toma.
Después de levantada la toma, volvimos a hablar varias veces. Me contaba que el cambio de rutina, o mejor dicho, retomar la rutina fue difícil. Que en alguna medida se había acostumbrado a estar cotidianamente con sus compañerxs, a pensar las 24 horas en estrategias y debatir hasta el cansancio. Fueron de semanas de risas, sueños y charlas compartidas. Mezclado con momentos de enorme tensión, quizás gran parte del tiempo fue de trabajo y discusiones en asamblea hasta altas horas de la madrugada.
La política, entre otrxs
Pero todo aquello era en el “entre”. Hanna Arendt, la gran filósofa alemana, decía que la acción política se realiza en el “entre”, en ese espacio que nos encontramos con alguien distinto, con la diferencia y la pluralidad. Arendt desarrolló estas ideas después de ocurrido el Holocausto, época en la tuvo que exiliarse para no ser asesinada por los nazis. Impactada por el horror, Arendt dice que la política no pudo lidiar con la diferencia, que ese siempre fue el gran desafío de la sociedad, convivir con un otrx que es distinto a mí y que en esa diferencia me interpela.
Entonces, pienso que constantemente escuchamos discursos que le exigen a lxs jóvenes ser responsables y rebeldes a la vez, que son el futuro, que trabajen y disfruten, que tengan amigos, amores y proyectos. Sin embargo, en su gran mayoría fueron adultos los que a los cuatros vientos decían que eran vagos, que dejen la toman y vayan a estudiar, trabajar. Me pregunto si realmente hablaron con algunx, si pudieron acercarse y saber qué hacían allí, por qué decidieron tomar un edificio, informarse y exigir en qué y cómo se gasta el presupuesto universitario, conocer la realidad y dialogar con las autoridades. No estaban reclamando por dejar de estudiar o no trabajar. Su demanda (con la cual es posible acordar o no, en medios y fines) siempre fue que el Gobierno les permita seguir estudiando y trabajando.
En PDF: Conflicto universitario.