Imágenes, palabras, sensaciones, evocaciones y preguntas, después de un marzo que fue punto de inflexión en la historia de la lucha por los derechos de las mujeres.
Por Valeria Carranza
Para Rufina y para todxs
Esta crónica comienza rebelándose contra la propia idea de crónica, de un orden cronológico, secuencial, temático o de algún tipo. Fue “escribiéndose” en distintos tiempos y situaciones. Podría decir que comenzó en la marcha del 8 de marzo pasada. Pero, en realidad, en la boca, la piel, las palabras y la experiencia de quien escribe y de todas aquellas que me prestaron su voz, no tiene un punto exacto de inicio y mucho menos de final. Acá hay mujeres de diferentes edades, ideologías políticas, ciudades, contando qué sintieron y por qué fueron a la marcha. Y quizás sea eso lo que no pueda encerrarse en una línea de tiempo: los motivos, las razones, las anécdotas, los sentimientos, anhelos, dolores, miedos, dudas, tristezas y esperanzas que aparecen en cada uno de los relatos.
—Me conmovió ver a un grupo de viejas tocando música, riendo. Me sentí muy contenta de marchar con tantas amigas.
—Sentí alegría al ver que las niñas y jóvenes van a vivir otra realidad. Y mucho agradecimiento por las viejas feministas que sembraron el camino.
—No pude ir pero la sensación que tuve fue de faltar a un evento muy importante, como si fuera el cumpleaños de mi mejor amiga. Sentí que iba a ser un año de mucha construcción y debate, deconstrucción propia y debate con las pares.
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He visto a muchas mujeres en los últimos tiempos, a veces desesperadas, a veces tratando de invocar con sus palabras algún tipo de calma que las contenga para narrar una vez y millones de veces más, lo que ya contaron y vivieron millones de veces antes. A sus hermanos, padres, parejas, amigos… “¿Vos sabés lo que es tener miedo? Pero miedo de todo, todo, todo, todo”. De salir, de la oscuridad, de las tormentas, de los monstruos en la noche, del señor de la bolsa, de que se olviden de buscarme en la puerta de la escuela, de la soledad, de que me peguen, me violen, me maten… ¿Cómo se sigue después de eso? ¿Qué palabras, acciones, gestos o abrazos reparan, cambian, transforman la historia del miedo de cada una?
Hace poco vi una película, el personaje principal, una mujer a quien su marido dejó hace poco (no sabemos por qué) le dice a él en una noche de tormenta: “¿Me dejaste porque vivo con miedo?”. No es sólo una escena de amor, no lo fue para mí al menos. Es el “escenario” donde muchas mujeres aprendemos a actuar. Porque desde que nacemos hay una advertencia clara: cuidado porque (en “x” escenario: escuela, calle, boliche, bar, club, iglesia, casa de amigos, día, tarde, noche, a la vuelta de la esquina y en la otra punto del mundo) te puede pasar a, b, c, d, e, f, g, h, i…
—Cuento algo. Mi mamá me preguntó: “¿No tuviste miedo en Buenos Aires entre tanta gente? Le dije: “Nunca me sentí más segura en medio de una multitud”. Al día siguiente fui a un recital sola y sentí miedo. La sensación de caminar entre mujeres no me la olvido más.
—Mi hija de 12 años me dijo: “Mami, somos muchas mujeres que estamos caminando juntas, así que acá no tengo miedo”. Y yo me sentí abrazada, fuerte.
—Mucha emoción de saber que tantas mujeres luchan por lo mismo. De sentirnos acompañadas. Ver mujeres que fueron con sus hijitas, hacerlas luchar desde tan chiquitas. Yo pensaba mucho en mi sobrina. Y lucho actualmente por ella. Porque yo creo que ya no voy a ver el cambio. Que ojalá ella no sufra lo que sufro todos los días: el acoso callejero, la discriminación por ser mujer.
—Fuimos los tres, con mi cumpa y mi niño y nos encontramos para marchar con las compañeras de trabajo. Muchas emociones fuertes y compartidas. Las historias vividas de maltratos y machismos que me atravesaron. Las muertes de unas y los gritos vivos de otras.
—Fui porque creo en las luchas colectivas y agradezco la rebeldía de las mujeres que se animaron a salir a la calle a dignificar su vida y la de sus compañeras. Una frase que me recontra gustó: “VIVO PORQUE RESISTO”.
Están arriba del escenario en la marcha del 8M. Muchas mujeres, representantes de organizaciones, partidos políticos, sindicatos y agrupaciones. Cada una lee una parte del documento (elaborado y consensuado en asamblea convocada por el colectivo Ni Una Menos un mes antes) y el público las acompaña con aplausos que suben y bajan en intensidad. Sube la intensidad con abucheos y gritos cuando se nombra a Mauricio Macri. Con aplausos fuertes y gritos de apoyo cuando se pide por el aborto legal, seguro y gratuito.
Hasta que llega el primer gran batacazo. Una mujer trans toma el micrófono y comienza a cantar: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las travestis en la cara de la gente. Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las travestis en la cara de la gente”. Casi todo el público, en su mayoría mujeres, cantan con ella, mientras recorre el escenario agitando las manos.
De repente, la calle Hipólito Yrigoyen (lugar donde se montó el escenario) se viste de verde, violeta, gritos y cánticos. Allí, sobre el escenario, no están las personas que suelen sentarse en los cafés de la zona o los bares de moda. Están ahora ellas, en un solo grito. Juntas, sintiendo sororidad y pidiendo solidaridad.
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—Tengo sentimientos encontrados, pero a rasgos generales me pareció que se generó una unidad muy linda.
—Porque como dice Benedetti “en la calle somos mucho más que dos…”. Sentí alegría, emoción, y, sobre todo, esperanza. ¡Años atrás éramos tan pocas!
—Fui porque no podía ni quería dejar de ir. Teníamos que estar ahí. Me sentí parte de una especie de comunidad, aunque no nos conociéramos. Muy cálido, muy emocionante.
—Para mí fue la posibilidad de ver tanta diversidad y heterogeneidad de edades, clases sociales y pertenencias políticas. Y muchas chicas adolescentes con mucho “power”.
—No pude ir pero sentí la esperanza de un futuro mejor para las que vienen.
—Mucha emoción por ser cada vez más.
—Siento que el movimiento está creciendo y va a cambiar algo de la historia. Yo fui a la marcha con una organización de mujeres músicas. Nos pusimos en la puerta del teatro Avenida en Buenos Aires y cantamos y tocamos. Fue muy poderoso, se acercó mucha gente, mujeres y hombres. Yo ese día sentí que vamos a lograr que esto cambié. Lo sentí.
—Yo sentí una sensación muy fuerte de alegría y de unión profunda al vernos a todas las mujeres juntas. Y sentí que algunos hombres no deberían haber estado allí, que no se bancaron el pedido que se queden en su casa limpiando.
—Sentí que éramos una marea y que juntas somos muy poderosas. Me emocionó saber que crecemos cada día más y que juntas no estamos en este mundo tan desigual. La sensación de AsombroAlegríaPoder me duró varios días en el cuerpo.
—Ese día sentí prisa por llegar. Estaba pasando algo, finalmente estaba pasando algo. Hubiera querido estar todo el día en la calle, que no termine.
—Cada vez es más natural y certero que la unión entre mujeres es la clave para lograr el respeto por los derechos relegados por siglos. Y que la fuerza de esa unión.
—Fui al 8M porque soy mujer. Porque existo. Fui por mi vieja, por mis abuelas, por mi árbol femenino. Fui porque ahí me vieron. Nos vimos. Fui porque ahí estamos juntas. Fui porque quiero matar la parte mía que quiere matarme.
—Lo viví con mucha emoción. Por primera vez no marché con un grupo de amigas ni conocidas Fui sola. Después me fui encontrando con personas y charlando.
—Me conmovió la potencia de las pendejas, la alegría que se notaba con la que habían armado algo, lo que sea: carteles, pintarse; cómo hablaban ellas, los guiños, sobre todo los guiños que las hacían parte de ellas, chiquito pero que se replicaba en diferentes grupos haciendo resonar en la multitud.
—Sentí fuerza y sororidad, viajaba sola y me sentí totalmente acompañada.
—Estábamos todas apretadas, éramos muchas, esta es la sensación más linda que recuerdo. Había una sensación de que una fuerza te cuidaba.
***
Se repiten una y otra vez las mismas palabras y sensaciones: unión, fuerza, “cada vez somos más”, sororidad, juntas, cuidado, acompañada, sola sin miedo… Pienso en mi sobrina que acaba de nacer, en las palabras de muchas mujeres anhelando un mundo mejor para las que siguen, esperanzadas con las nuevas generaciones. Casi puedo tocar el dolor y la bronca acumulada por todxs, como también la fuerza, de nuestras madres, abuelas, primas, compañeras, amigas.
Me pregunto si “sabemos” cuán fuertes somos. Porque nacer y vivir fue siempre resistir. Hasta las ganas, los deseos, sueños. Entonces recuerdo lo que me dijo hace poco una amiga cuando le pregunté cuál era su sueño, mientras caminábamos y “charlábamos de la vida”. Varios días después, me retumban sus palabras como esas alarmas que anuncian que lo mejor está por venir. “¿Sabés cuál es mi sueño? Poder hacer siempre, siempre lo que se me canten las ganas”.
Informe en PDF: 8M: de cómo llegamos y cómo seguimos